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Imaginémonos por un momento… Featured

Jesús Maraña/InfoLibre

Imaginemos que fuera un Gobierno en minoría del PP con el apoyo de Ciudadanos (o viceversa) el que recibiera en la Moncloa el ultimátum lanzado este martes por Quim Torra, presidente de la Generalitat y portavoz de las ocurrencias de Carles Puigdemont desde Waterloo. No cuesta mucho imaginarlo porque hace poco más de tres meses esta era la realidad, y porque hace un año también era ese el “gobierno débil” encargado de afrontar el pulso con la vía unilateral del independentismo catalán.


Pido disculpas por este ejercicio ucrónico al que mi formación periodística es bastante alérgica, pero es que se lee y escucha cada cosa…
 

  • Si Pablo Casado fuera presidente del Gobierno con la muleta exigente de Albert Rivera, a día de hoy el 95% de la prensa española tendría los focos colocados día y noche sobre el PSOE, emplazando a su dirección a apoyar de inmediato las decisiones que tomara el Ejecutivo ante el riesgo de que “España se rompe”. A Podemos se le definiría directamente como "cómplice de los separatistas", o entre las voces más moderadas se le acusaría de practicar una “cobardía equidistante”.
  • Si en esa hipótesis de gobierno conservador sin mayoría absoluta (cuya existencia en origen se debería obviamente a una abstención del PSOE como la que precisamente permitió gobernar a Rajoy los últimos dos años), se les ocurriera a Pedro Sánchez y a Pablo Iglesias reclamar elecciones generales como están exigiendo a todas horas Casado y Rivera, lo más bonito que podría escucharse sobre los dirigentes del PSOE y de Unidos Podemos sería “irresponsables”, “antipatriotas”, “populistas”, “demagogos”… y por ahí hasta la conclusión de que “les importa un bledo España, sólo les interesa el poder”.
  • Si Casado y Rivera (o viceversa) estuvieran hoy durmiendo en la Moncloa y desde la oposición se reclamara convocar a las urnas cuando hay síntomas claros de una desaceleración económica (general, no exclusivamente española) estaríamos leyendo y escuchando a mil editorialistas, tertulianos, gurús y portavoces políticos conservadores clamar contra el apocalipsis financiero que provocaría la apertura de una disputa electoral que sólo serviría para “sembrar más incertidumbre”, lo cual ya sabemos que “hace huir a los inversores”, “dispara la prima de riesgo” y “dinamita la creación de empleo”.
  • Si Rivera y Casado (o viceversa) propusieran desde la Moncloa lo que hoy exigen desde la oposición (aplicar de nuevo el artículo 155 pero en un formato aún más duro, con la intervención total de los Mossos, TV-3, la educación y por ahí hasta la suspensión del Parlament…), y al PSOE, a Podemos o a centenares de prestigiosos juristas se les pasara por la cabeza advertir que el ultimátum lanzado por Torra, por muy chulesco que sea, no constituye un delito y por tanto no hay bases que justifiquen esa aplicación del 155… me apuesto el bote pendiente del Euromillón a que las baterías políticas y mediáticas de las derechas dispararían sin descanso  a “toda esa panda de tiquismiquis” que ponen la democracia y las libertades por delante de la “fuerza del Estado” y los inminentes riesgos para la “unidad de la patria”.


Imaginemos por un momento que la fase a la que asistimos en la complejísima crisis constitucional suscitada desde Cataluña tiene algunos elementos trascendentes a los que el griterío y el electoralismo incansable no permiten atender como merecen. ¿Cómo de profunda es la evidente fractura entre Junts per Cat y Esquerra Republicana de Catalunya, que ni siquiera fue informada previamente de los términos de ese ultimátum proclamado por Torra, el cual ha enviado después una carta a Sánchez en la que el ultimátum ya no figura? ¿Cómo afectaría a la estrategia de Puigdemont, Torra y su núcleo duro que hubiera avances importantes en las comisiones de diálogo bilateral abiertas sobre distintos frentes que afectan a los intereses económicos y sociales de la ciudadanía catalana? ¿Está dispuesta ERC, por ejemplo en Barcelona, a llegar a acuerdos transversales con PSC y Catalunya en Comú tras las municipales de mayo? ¿Sería posible, tras una “desescalada” de la tensión, que en esos acuerdos y sin renunciar a su objetivo independentista ERC se comprometiera a no repetir la vía unilateral ni la desobediencia a la legalidad vigente? ¿Acaso es inconcebible un compromiso compartido para abordar una reforma constitucional y una reforma del Estatut que exigirían referéndums en toda España y también en Cataluña? ¿De verdad es inaceptable que en el proceso penal que mantiene en prisión “preventiva” desde hace ¡casi un año! a dirigentes independentistas sea descartado finalmente el delito de rebelión que ni ilustres juristas españoles, ni tribunales de distintos países europeos ni políticos tan poco sospechosos de querer romper España como Felipe González ven por ningún lado?

No hacen falta ejercicios ucrónicos para comprobar que el independentismo unilateralista siempre ha crecido alimentándose del nacionalismo español más cerril. Es obvio que Pedro Sánchez preside un gobierno débil, con 84 escaños de 350. Pero también es obvio que de su mano (y de la de su principal socio, que es Unidos Podemos) depende que el ultimátum de Torra tenga un efecto bumerán para el independentismo (aún minoritario) que ya ha dado la espalda a España. Porque para ejercer de machos alfa y aplicar durísimas interpretaciones del 155 siempre hay tiempo y hasta lista de espera. No existe instrumento de demagogia populista más eficaz que el BOE.
Imaginemos por un momento que, por distintos caminos, se han pasado de vueltas Puigdemont y Torra, pero también Casado y Rivera. No es admisible que la llamada "razón de Estado" tenga una sola y única lectura, que siempre es (no casualmente) la de los mismos. ¿Por qué la mayoría de los pactos de Estado se alcanzan cuando la izquierda está en la oposición?

P.D. Habrá lectores (imagino) que, desde las primeras líneas, hayan pensado: “Ya, pero lo que resulta inimaginable es un gobierno de PP o Ciudadanos (o viceversa) que dependa del apoyo independentista”. Cierto, aunque conviene recordar que Ana Pastor es hoy presidenta del Congreso gracias a un acuerdo (opaco) del PP con los nacionalistas catalanes y vascos. Y en cualquier caso, ante un adelanto de las elecciones generales provocado por el ultimátum de Torra, sería la ciudadanía catalana la más directamente emplazada a responder a una pregunta: ¿Prefiere tener en Madrid un gobierno conservador o uno progresista a la hora de garantizar su mejor futuro? Imaginemos la respuesta.

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