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Despropósitos para llorar… Featured

Bartolomé Marcos

…De los que ya casi no se habla, pero que están ahí, como una carísima consecuencia de políticas equivocadas. En realidad voy a hablar de esto por no seguir hablando más del niñato socialista y chulo, sí, ya saben, de Pedro Sánchez, el presidente efímero que okupa la Moncloa, el cantinflesco “doctorsito” con fraude del que no se deja de hablar, y ya cansa. A  ver…

Decirles que no salgo de mi asombro y de mi admiración cuando contemplo en las frecuentes salidas que hago hasta la ciudad de Murcia, la flamante capital de esta hermosa pero cochambrosa y desgraciada tierra, las idas y venidas del lindo trenecito, trenecito chulo, con el que los mandamases políticos de turno decidieron en su día adornar a la ciudad, permitiéndose un extravagante lujo de ricos muy ricos en casa de pobres muy pobres. Muy chuli el juguetito, sí, y muy bonito, con sus ecológicos colorcitos verde-amarillos y unas estaciones muy modernas, de estilizadas líneas y corte funcional. Se ha hablado mucho en este asunto de supuesta rentabilidad social, que no voy a discutir, porque no tengo datos y porque además eso suele ser un mantra indemostrable o un brindis al sol, vamos, como quien dice, el sexo de los ángeles. Desconozco también las perras que costaron las obras de construcción del tendido ferroviario urbano –verdísimo césped artificial incluido- y del entramado aéreo de cables de la catenaria, así como lo que habrá costado cada unidad de los trenecitos del TDM, el Tranvía de Murcia, pero me atrevo a asegurar que habrán sido muchos millones de euros (240 millones se presupuestaron) y que el tranvía no ha sido y está siendo sino un nuevo ejemplo de despilfarro y derroche en tiempos de crisis, de la que en realidad aún no hemos salido, por mucho que se empeñen en decirnos lo contrario. Tampoco entiendo todas las apelaciones –publicitarias e interesadas (ya saben, para vendernos la moto)- que se hicieron y se hacen sobre la supuesta modernidad del tranvía, cuando hace algunas décadas que se los hizo desaparecer de ciudades como Madrid, donde recuerdo que había muchísimos (el ir y venir de los tranvías y el aroma de los bocadillos de calamares en los muchos bares del Paseo de las Delicias es una de las imágenes indelebles de mi infancia). Y fíjense que a mí los trenes, de cualquier tipo, me apasionan; pero no entiendo la resurrección del tranvía en las ciudades o en las proximidades de las ciudades. Sólo veo inconvenientes, salvo para quienes tienen que desplazarse a los centros comerciales de Murcia, o a la Universidad Privada Católica San Antonio, la UCAM. O sea, una carísima infraestructura pública al servicio de negocios privados. Por lo demás, multiplica los obstáculos en la calzada, enlentece y complica sobremanera el tráfico y la seguridad de peatones y automovilistas, y llena de cables el espacio aéreo más próximo. Cuando se hablaba de soterrar los cables del tendido eléctrico, por ejemplo, ahora resulta que nos los colocan por doquier; cuando siempre se ha hablado, y se habla aún, de eliminar los pasos a nivel, con el tranvía tenemos uno cada diez, quince o veinte metros, y cuando se planteaba la necesidad de soterrar las vías del tren a su paso por las ciudades, ahora se les da protagonismo y preferencia frente a cualesquiera otros medios de movilidad urbana. Nos colocan trenes donde no debe haberlos y nos niegan el pan y la sal en el transporte ferroviario que interesa. El AVE por Cieza sigue siendo una quimera y el parche de los nuevos trenes híbridos ni siquiera se plantea que paren en nuestra ciudad (el lunes, 17 de Septiembre, unos 500 ciezanos y ciezanas se manifestaban en la estación del ferrocarril con una sonora pitada que reclamaba y clamaba –inútilmente- por que este tren haga parada en Cieza, mientras la región entera de Murcia sigue asolada por una abrumadora y terrorífica plaga de camiones que en ocasiones produce verdadero pavor y los monstruos de el Mosca, Primafrío o Capitrans, entre otros, se enseñorean de las autovías de la región y sus cajones inmensos surcan a toda hora las carreteras regionales. No, no entiendo la apuesta por el tranvía y el tercermundismo en el transporte ferroviario, y creo que detrás de este invento del tranvía y el arrinconamiento del transporte ferroviario interurbano sólo se esconde –insisto- otro gran negocio de unos pocos que no va a resolver – y mucho menos en clave ecologista- los problemas de movilidad en las ciudades. El del tranvía sólo es otro pelotazo de unos pocos, un escaparate muy decorativo para determinados políticos y un zarpazo descomunal a la Hacienda pública que la estará dejando más tiesa aún de lo que ya estaba. Tiesa como un garrote (vil). 

 Item más. El aeropuerto internacional de la Región de Murcia, que ya tiene años como para ser una ruina y en el que aún no despegan ni aterrizan aviones. Por si ustedes no lo saben el aeropuerto está pasada la ciudad de Murcia en dirección a Cartagena, en la zona de los Martínez del Puerto, en una amplísima planicie tras el Puerto de la Cadena, a apenas cuarenta kilómetros del otro aeropuerto de la región, el de San Javier, recientemente remodelado y ampliado con unas obras que costaron 70 millones de euros. Otro tremendo lujazo en tiempos de crisis (que la crisis no ha terminado, que no se lo crean…). El futuro de esta instalación es bastante oscuro, por no decir tenebroso, y los millones que está costando pueden arruinar a cualquier empresa, por fuerte que sea, y no digamos nada si se trata de una empresa enferma y renqueante como la Comunidad Autónoma de la región de Murcia. El nuevo aeropuerto es producto de la mentalidad faraónica de un gobierno para cuyas arcas no cesaban de manar los ingresos, pero que tocó terminarlo y ponerlo en funcionamiento cuando las arcas empezaban a ser territorio exclusivo de las telarañas. Quizá en esto no quede más remedio que la huida hacia adelante, pero mucho me temo que el gasto sanitario – recuperada de urgencia la sanidad universal para todo quisque- arruine la maltrecha economía de la región y que este aeropuerto hasta ahora sin aviones, acabe de darnos la puntilla. Y Valcárcel (que no, que no va…) tan tranquilo, por allá, por los despachos de Estrasburgo, rodeado de lujos en una jubilación más que dorada desde donde tampoco se le puede extraditar. Ha sido el más listo de la clase y se fue sin despedirse. Ahora viene de vez en cuando, de visita, a ver cómo aguanta el cortijo sin él.

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