Lunes, 16 de Julio. Segunda semana, noveno día, de los veintitrés que este año nos hemos autoconcedido, de vacaciones familiares en el pestor (aunque no demasiado persistente ni demasiado pestilente, es decir, misericordioso y muy apacible pestor) de la Manga del Mar Menor. Días de vacaciones que ya han empezado su inexorable cuenta atrás, hacia un septiembre seguramente hosco, infumables tribus políticas mediante (sálvenos la divina providencia, por favor, a pesar de nuestro proverbial y desagradecido descreimiento). Seguimos saliendo mi esposa y yo de buena mañana, a eso de las siete y media, hacia una modesta cafetería cercana donde un servicial, simpático y obsequioso camarero, quizá algo más  joven (o menos viejo) que nosotros, pero paradójicamente empeñado, con paternal afán, un día sí y otro también, en que comamos algo más que el frugal desayuno de tres ochenta euros que invariablemente nos sirve: dos cafés descafeinados, uno (el mío), con sacarina, el otro, el de Merche, con dos sobres de azúcar (mira que hasta en eso somos diferentes –“Vive la différence”); y media tostada de tomate con aceite, para compartir entre nosotros dos, varias decenas de molestosas moscas y un par de juguetones y simpáticos gorriones que acuden puntuales al reclamo-sabroso para ellos- de las migajas y restos de comida, y que se encaraman y aúpan sin remilgos ni temor alguno al borde del pequeño recipiente  que contiene el tomate triturado que nos ha sobrado, para picotearlo intermitentemente con una cadencia de articulado y rudimentario  juguete mecánico, y con algo parecido a la delectación y el placer goloso si tales expresiones fueran posibles en el simpático y vivaracho, pero adocenado, impasible, hierático y uniforme rostro de los pajaricos. Han tenido suerte y saborean lo que para ellos es un banquete inesperado, un regalo que les hacen veraneantes y turistas. Durante unos instantes me quedo absorto y traspuesto contemplándolos y hasta me gustaría ser uno de ellos, ¿por qué no?, si ya casi soy pájaro enjaulado (habitualmente), bobalicón y embobado.

A esa hora-tan tempranera- nos cruzamos con pocas personas…algunas que, como nosotros mismos, acuden a las escasas cafeterías que ya han abierto, a desayunar; también grupos de jovencitos y jovencitas que se recogen tras la larga noche de fiesta, escarceos amorosos y alcohol. Me fijo en una chica muy joven, alta y desgarbada, que encabeza el grupo. Va llorando y gimoteando a moco tendido. La sigue detrás un mozalbete igualmente destartalado, alto, de pelo negrísimo y ensortijado, que le dice palabras que no alcanzo a distinguir, pero que supongo irán referidas a avatares e incidencias de una noche adolescente y turbulenta, como la del adolescente  Pedro Sánchez con Begoña en la  Moncloa, primera noche que durmieran en palacio tras la asonada del pasado mes de Junio. Tuvo que ser una orgía. Más detrás, hasta completar una atrabiliaria fila india, otra jovencita, descalza, camina garbosa, ajena a las insufribles molestias que caminar de esa guisa produciría en mis doloridos pies, que son los que en realidad me importan. 

La cafetería es también heladería, bar de copas, punto de pan caliente (o algo así…) y kiosco de prensa, al que cada mañana, puntual, llega una furgoneta de reparto de periódicos. Me fijo en que uno de los dos operarios que viajan en la furgoneta descarga cada día casi tantos ejemplares de periódicos como ejemplares no vendidos retira del punto de venta, en un ejemplo manifiesto que constata la decadencia evidente de la prensa en papel respecto a la avalancha imparable de la digital. ¡Qué le vamos a hacer!

Cae la tarde sobre el Mar Menor (que es como decir sobre el universo)… oscurece el día en la vecina Escuela-Restaurante de Peeter (a cincuenta euros el cubierto), y estallan de repente en mil colores el cielo y las aguas de la laguna con un sorprendente castillo de fuegos artificiales, vinculable quizá a la final del mundial de Rusia que se ha jugado esta tarde y que se ha llevado a sus vitrinas para engordar aún más su “grandeur”, la oportunista Francia frente a la batalladora Croacia, un Goliath de 70 millones de habitantes frente a un David de apenas 4. Me habría gustado que ganara Croacia, que además creo que jugó mejor que Francia, pero cavilé al cabo que, en estos tiempos de locura nacionalista, resultaba más ejemplarizante y positiva para el mundo, para conjurar tentaciones particularistas y endogámicas, la victoria del grande, “abusaor” y antipático, frente al dinámico, esforzado y atrevido representante de la aldea, el humilde gorrioncillo encaramado descaradamente al recipiente de tomate triturado. Fue decirle algo así como “¿Quo vadis, Croatia?”. En la tele, el culebrón Corinna, la rubia princesa alemana de cuento de hadas frustrado que –por dos mil millones de razones- puede acabar con la monarquía y los borbones en España. El culebrón Corinna comparte protagonismo en los noticiarios con la inconcebible y quimérica (por mucho que quieran empeñarse en lo contrario) república independiente de Catalonia, donde una alcaldesa grosera, paleta, fea y cutre, discutía el derecho de la líder del partido ganador de las últimas elecciones autonómicas del 21 de Diciembre pasado, la inteligente y guapísima Inés Arrimadas, de Ciudadanos, a visitar Canet de Mar.

El lunes, 16 de Julio, día de la Virgen del Carmen, cambio de tercio. Abandonamos el coquetón apartamento de Residencial Mar Azul, en el kilómetro 16 del pestor, donde hemos estado 8 días que han pasado raudos y veloces como un espejismo, y nos vamos al chalé de ricos (durante 15 días viviremos la ilusa ilusión de serlo), en el kilómetro 5. Es otra concepción, otra perspectiva, una mirada muy diferente, que pienso seguirles contando, si ustedes se dejan.

¡Ah!, Zidane y Cristiano…¡¡¡traidores!!!…que no ganéis ni un título más…