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La Cieza de ayer Featured

Antonio Balsalobre

 

 

 

La necesidad de contar surge del deseo humano de que se conserven las historias que el olvido y la muerte condenan a la desaparición.

Luis García Montero

 

 

 

 

No descubro nada si digo que Cieza es tierra de contrastes. El viajero que pase por la autovía en dirección a Murcia o a Madrid a la altura de la Fuente del Ojo lo podrá comprobar allí mejor que en ningún otro sitio. A un lado queda el pueblo rodeado de huertas surcadas por el río, con la mole parda y verde de la Atalaya como frondoso decorado de fondo. Y al otro, la Sierra de Ascoy, baldía y desnuda, pero también hermosa, cubierta de atochas y de alguna que otra sabina solitaria.  

Así es Cieza. Exuberante y árida. Excesiva y parca a la vez. Pródiga y austera. Pero no sólo su paisaje físico encierra estas disparidades, o complementariedades, si se prefiere. Su paisaje humano es probablemente tan dispar y encontrado como el anterior. De ahí que existan tantas Ciezas como formas distintas de verla, entenderla, desearla o proyectarla. Y cómo no, también está la Cieza que fue y la que pudo ser. Aquella que surcó los siglos dejando estelas de memoria viva en la geografía de su piel, muchas de ellas, lamentablemente, borradas para siempre por gobernantes insensibles.

En realidad, Cieza es una y muchas a la vez. Quizá por eso no sea demasiado difícil sentirse ciezano. Yo me inclino desde luego por la Cieza que hunde sus raíces en la clase obrera, de la que procedo. Por la Cieza de los campesinos medieros y de los trabajadores del esparto que alumbraron un 14 de abril sueños de justicia y de igualdad. Por la Cieza progresista que lleva siglos luchando por un pueblo mejor.

Y me tira, cómo no, la Cieza de ayer. La Cieza que brota de las páginas de este libro que, de algún modo, llevo tanto tiempo escribiendo. La que surge de la necesidad de contar. La Cieza histórica en la que se acumulan hitos, luchas, historias o leyendas, y que nos une irremediablemente con nuestro pasado personal y colectivo. La misma que venimos persiguiendo desde hace décadas desde el Colectivo de Estudios Locales TrasCieza, primero EnCieza, vinculado al Club Atalaya-Ateneo de la Villa, con quien tan deudor me siento.

Contar una historia, dice mi admirado Luis García Montero, y esto es lo que pretendo hacer en este libro, supone ante todo el deseo de buscar interlocutor y de consolidar una comunidad. Es quizá la mejor forma de “mantener la alianza profunda entre los viejos y los jóvenes, entre las historias del pasado y los ojos que miran con la inquietud del futuro”.

     A las historias del pasado hemos querido viajar con ojos inquietos. Siempre lo hemos hecho. Y más que nunca a partir del momento en que el editor de este libro, Fernando Fernández Villa, cuya editorial Alfaqueque cumple ahora 10 años, y el autor decidimos recoger en esta publicación parte de la memoria de ese pasado, buscando suscitar el interés por la historia de nuestro pueblo. Fue entonces, en mayo de 2016, cuando propusimos una actividad enmarcada en la Feria del Libro de Cieza, que denominamos “Callejeando entre libros, historias y leyendas”. Un paseo lúdico-histórico-literario por Cieza en el que ya han participado decenas de ciezanos y que está en el origen de este libro.

Y para iniciar este viaje a la Cieza de ayer nos hemos subido al Chicharra. Y aquí estamos, como en la portada del libro, montándonos en ese trenecillo lento pero seguro que a través de la palabra, y de las magníficas ilustraciones de Antonio Moreno, nos conduce hacia el pasado. Desde la estación de ferrocarril actual hasta los tiempos más remotos de la Cieza neandertal, pasando entre otros muchos lugares por el Puerto de la Mala Mujer (y su misteriosa venta), la calle Cartas (con su doble crimen horrendo, el de una viuda y su hijo de corta edad), el despoblado de Siyasa (y el exilio desgarrador), el cañón de Almadenes (ese paraíso de la naturaleza recobrado), la Esquina del Convento (con sus frailes abnegados y atribulados, el más importante de ellos, Fray Pascual Salmerón y su mal de escrúpulos), la calle Cid (y la biblioteca perdida de D. Antonio Pérez), la Ermita (y su farsante milagrero Perico de la Cruz), el Muro (lugar de invasiones y de encuentros al atardecer), las Ramblas (con su joven estraperlista en bicicleta), el río (que siempre nos lleva), las fábricas de esparto (en los tiempos duros del trabajo infantil) o la mítica sala de fiestas el Gato Azul (destrozada en una esperpéntica noche de verano).

Un viaje que queremos que sea de placer, de reencuentro, y que os invitamos a emprender con nosotros. Un viaje para disfrutar, desde la ventanilla, de los hermosos paisajes que este tren recorre, pero también para participar, desde de la perplejidad que por momentos pueda provocarnos, en los debates que en el interior de sus compartimentos se generen.

“Historias, leyendas y otras crónicas” es desde luego un viaje al pasado, a la Cieza de Ayer. Ojalá lo sea también a algún lugar de nosotros mismos y de nuestra memoria como ciezanos. Porque nada nos gustaría más que esta necesidad de contar sirviera para rescatar y ayudar a conservar historias que el olvido amenaza con la desaparición.

 

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