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El día que el Real Madrid de los amigos le ganó al palco de los pandilleros. No fue una remontada, fue una metamorfosis Featured

 Salvador Navarro

Eran algo menos de las nueve de la noche y en el estadio y alrededores se respiraba el ambiente de remontada, y de algo más que los comentaristas no sabían descifrar. Nadie sabía por qué sucedía, qué le ocurría al equipo. No se encontraba la respuesta a esas preguntas. Pero la respuesta estaba en el aire. Se podía respirar, pero no se comprendía. Ancelloti, como veremos, había dado en la clave, pero ni él lo sabía. Esta es la crónica que narra esa metamorfosis del Real Madrid.

La rutina de los prolegómenos de siempre y el partido empieza. Falta algún titular en la defensa y en el centro del campo sobra inteligencia, pero falta fuerza. Serán sustituidos para la remontada por un grupo de amigos del barrio. La grada no lo entiende, pero lo intuye. Sí se puede. Los héroes descansan en el banquillo. Algunos vienen, como en sus tiempos Iker Casillas, desde su barrio todavía preguntándose como han conseguido llegar a ese mundo. Cuando vuelven a casa, su madre todavía les recrimina ¿de dónde vendrás? De jugar al futbol en la calle con los amigos. Lávate que vienes perdido. Mientras desde la cocina surge la atmósfera de la tortilla de patatas para cenar. Cuando se despierta del sueño, el partido ya lleva veinte minutos o más y la grada jalea ¡Cómo no te voy a querer si eres campeón de Europa una y otra vez! Pero se acaba la primera parte y nada. Cero a cero. Bocata y cerveza. Ya se sabe que las remontadas son al final, como en las pelis de suspense.

Segunda parte y nada. El equipo está roto. El ManCity, con un más que reconocible estilo Pep, es el amo del campo y, lo que es peor, del juego pensado y dirigido por la sombra portuguesa de Xavi Hernández en el centro del campo. En ese momento falsamente trágico, se inicia la metamorfosis en forma de remontada. Por eso llega lo que tiene que llegar. Aquello sin lo cual no sucede lo que tiene que ocurrir. Minuto ochenta, marca del ManCity. Las caras son un poema. Un muchacho, que ha salido hace poco a un Madrid reconstruido hasta el centro del campo, anima a sus compañeros sabiendo que todo está perdido. Pero no ha acabado. La grada empieza a tener sus desertores/arrepentidos. Pocos, pero “haylos”.

Minuto noventa. Dicen que hay tiempo para la remontada y la grada pinta de morado la ilusión del Madrid con su unánime “Sí se puede”. Un balón al área pequeña e irrumpiendo (Como diría Domingo Balmanya, el delantero no tiene que estar tiene que irrumpir) aparece la punta de bota de Rodrygo para que el balón con un beso suave a la red haga que el Bernabéu morado irrumpa en el momento y llegue junto con Nacho el balón al centro del campo porque todavía hay tiempo para igualar la eliminatoria. Uno a uno, saque de centro, segundos y un balón desde la derecha en una jugada inexistente llega volando al área pequeña para que la cabeza de Marco Asensio le dé un pase involuntario pero preciso a Rodrygo que da otro pase a la red del ManCity. Eliminatoria igualada. Vamos a la prórroga. Camavinga avanza por el carril del eterno diez que el ManCity ha dejado como una alfombra verde hacia el área. Conduce imperial la pelota desde su medio campo hasta el borde del área. El público de la banda derecha le saluda. Él, con la mano, les dice que ahora no puede devolverles el saludo. La gente entiende la situación y sigue con la mirada el avance inteligente hacia el área contraria. Nadie se acuerda de Casemiro que está presente en todo momento; es uno más que, desde la banda, empuja y apoya con la mirada y el grito el avance del muchacho que jugaba en la calle con sus amigos. El balón se lo presta a su amigo el bigoleador Rodrygo que mira, centra, Benzema se adelanta, puntera toca puntera, y el colegiado ve el claro penalti. Benzema lo tira mal pegado al palo, pero marca, quedan unos veinte minutos, todos saben que el partido sea ha acabado. De nuevo, Sí se puede. Los muchachos del barrio, que son amigos de fútbol, no pandilleros de palco, han ganado. Los galácticos, sus restos, no estaban en la remontada, aunque habían producido las condiciones.

El Real Madrid esperó a que la gente alentara con el Si se puede para remontar. En ese momento nadie sabía que estaba pasando, qué espíritu animaba al equipo, Y no fue hasta el final cuando Carlo Ancelloti lo dijo: “Los jugadores son mis amigos”, no son pandilleros le faltó apostillar. Ancelotti no estaba en el palco de los pandilleros ayusinos. Por eso pudo saber qué estaba pasando. En el palco era imposible saber qué estaba sucediendo más allá del resultado y el murmullo de la grada de donde destacaba en plena remontada el morado Sí se puede que reponía los tonos del madridista histórico color morado que Lorenzo Sanz, degradándolo, había intentado ocultar. Y con ese morado grito aparecía el Madrid republicano, el Madrid como equipo de la II República que Bernabéu tuvo la inteligencia de transformarlo en el equipo del régimen. Ese miércoles de mayo, el morado madridista recuperó todo su color republicano y con ello la ayusina burbuja que envolvía Madrid empezó a deshacerse. Un morado agujero de gusano traspasó la pandillera y cañera capa de la burbuja por donde empezó a colarse los amigos del barrio para que los pandilleros se quedaran solos y derrotados en el palco. Los jugadores, hasta el entrenador, eran amigos en sintonía con el morado grito de la gente de los barrios de ese Madrid de los amigos.

La ovidiana metamorfosis ya se había producido cuando el jefe del palco de los pandilleros ayusinos bajó al vestuario se encontró con amigos celebrado el triunfo con bailes, no con pandilleros. Por eso no entendía lo que estaba viendo en ese vestuario. No eran las voces de los pandilleros que juegan a la amenaza y al palo, sino que eran las voces de la gente del barrio que juega al futbol con sus amigos en la calle. En ese choque de identidades que conviven en el mismo club/ciudad, Florentino fue saludando uno por uno a los amigos a los que, como no comprendía la situación, los confundía con galácticos. No reconocía a esos amigos del barrio que aquella noche habían hecho resucitar los colores del Madrid de la II República.

El ciclo de Bernabéu empezaba a cerrarse por donde empiezan y terminan las cosas, en terreno de juego de la calle.

El palco de los ayusinos pandilleros había sido vencido por el Madrid de los amigos que juegan al fútbol en la calle. La recuperación del Madrid real se inició en ese momento. La esperanza de los amigos del barrio regresó al Madrid que unos pocos querían pandillero.

Habíamos asistido a la metamorfosis del Real Madrid en Madrid real. En efecto, fue una noche mágica, inolvidable y… con mucho futuro para los barrios. Cuentan que el barrio de Salamanca era silencio. ¿Los navegantes lo habían escuchado?

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