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Paco Ibáñez y el Club Atalaya celebran juntos 50 años de compromiso con la cultura Featured

Corría el año 1967 cuando Paco Ibáñez irrumpió definitivamente en el mundo de la cultura y el compromiso con la edición en París del segundo de sus discos dedicados a “La poesía española de ahora y de siempre”, en el que junto a poemas clásicos de Quevedo y de Góngora, se atrevió a musicalizar versos de otros autores contemporáneos no precisamente afines al régimen franquista, inmortalizando poemas de la talla de “Andaluces de Jaén” de Miguel Hernández, “Me queda la palabra” de Blas de Otero, y “España en marcha” y “La poesía es un arma cargada de futuro” de Gabriel Celaya, canciones que estaban llamadas a formar parte imprescindible de la banda sonora de los nuevos vientos inconformistas que empezaban a soplar en el país. Aquel mismo año 1967, antesala del Mayo del 68, en Cieza, un “pueblo sin pretensión” situado en un cruce de caminos fronterizos entre Murcia, Albacete, Valencia y Granada, unos jóvenes rebeldes tuvieron un sueño de libertad que se hizo realidad en un edificio abandonado que había sido fábrica de esparto y luego pista de bolos, donde, con la complicidad del dueño del local, establecieron un espacio de ocio y cultura al que llamaron Club Juvenil Atalaya, como la montaña emblema del lugar.

 

Cincuenta años después, Paco sigue firme en la defensa de las libertades y en su búsqueda de la belleza a través de la música y la poesía. Y también sigue en pie cinco décadas más tarde el Club Atalaya, que no cesa de alimentar aquella vieja e insaciable utopía libertadora, publicando libros y revistas, organizando conferencias, presentaciones de libros, proyecciones, debates, conciertos, recitales poéticos, representaciones teatrales… porque la cultura sigue siendo “un arma cargada de futuro”.  

 

Bien mirado, salvando las distancias, los itinerarios vitales de uno y otro han seguido trayectorias paralelas. Ambos, aunque mucho más modestamente por parte del Club, han mantenido, contra viento y marea, un combate vehemente y radical en la defensa de la libertad, la cultura y las utopías subversivas: Paco, convertido en un artista total, uniendo música y poesía, y difundiendo sus canciones por el mundo sin subvenciones oficiales; el Club, construyendo su propio camino al margen de la oficialidad, apostando desde sus comienzos por la convergencia del mundo de la cultura y del mundo obrero.

 

En esta larga singladura que dura ya diez lustros, a Paco Ibáñez le ha asistido el mérito de ser el más grande embajador cultural que la España peregrina haya tenido, difundiendo por el mundo, desde su mítico concierto en el Olympia de París, tantas veces oído, tatareado y cantado, su mensaje vital, sus himnos de lucha y resistencia, sus canciones de amor y esperanza. Maestro de maestros ha sabido musicalizar a nuestros poetas clásicos y contemporáneos con una sensibilidad al alcance de pocos. Y como pocos ha sabido acercar la voz de nuestros poetas a la gente. Entretanto, el Club Atalaya supo erigirse en ese espacio colectivo necesario, imprescindible, donde los jóvenes pudieran hacer deporte, bailar al ritmo de la nueva música del mundo, escuchar canciones de cantautores, leer libros prohibidos, ver películas censuradas o representar obras de teatro alternativo. Mucho le debe la poesía a Paco, tanto o más que a los poetas.

Y mucho le debe el Club Atalaya a este cantautor cuyas canciones se alzaron en himnos de nuestra educación sentimental. Mucho le debemos a quien tanto nos ha hecho amar la poesía. 

 

En este largo recorrido de cincuenta años que se inicia con el final de la guerra de Vietnam o la muerte del Che, a finales de los sesenta, y brinca el siglo para adentrarse en un futuro expectante, tanto Paco como el Club han tenido el digno honor de compartir un estigma que los ha perseguido tenazmente: el de tener “mala reputación” en su “pueblo sin pretensión”. Sobre todo, pero no sólo, por parte de los gerifaltes del régimen y sus voceros que tan mal nos miraron siempre. Y es que, como decía Paco en aquella canción de Brassens, que el Club siente como propia, la música militar “nunca nos supo levantar” y siempre nos negamos a seguir al abanderado. Y en estos 50 años no han cesado de aparecer abanderados victoriosos de diverso signo, que han pretendido imponer sus consignas y silenciar las voces inconformistas que querían “vivir fuera del rebaño”.  

 

A lo largo de estos 50 años Paco no ha dejado de cantar a los poetas españoles y denunciar las injusticias, lo que le ha valido quedarse fuera de los circuitos del poder. Mientras tanto, en el Club, sin apenas ayuda de nadie en un panorama cultural sombrío y oficialista, hemos escrito de puño y letra algunas páginas luminosas fuera de la hoja de ruta del poder, como han sido la publicación de libros y revistas sobre la memoria local, la organización de fiestas populares, campañas para salvar nuestro patrimonio cultural, proyecciones del Cine Club “La Linterna Mágika”, una semana anual de Cine Mágiko que lleva cumplida su 27 edición, un homenaje anual a la II República, actividades diversas para la recuperación de la memoria histórica, y, singularmente, la creación, en nuestro local, del Museo del Esparto, la raíz identitaria por esencia del paisaje y de la historia obrera de Cieza.

 

El próximo 24 de junio convergerán mágica y felizmente estas dos trayectorias subversivas. ¡Ya era hora!

 

Vestido de negro, guitarra en mano, integrado en una bella y sobria escenografía, Paco Ibáñez, la voz de los poetas, el humanista, el republicano errante, el artista comprometido, se subirá al escenario del tantas veces proscrito Club Atalaya, que lleva tanto tiempo esperándolo, para cantarnos canciones de ahora y de siempre. Esa noche de solsticio de verano, sonarán en nuestro patio, envueltas en su voz y su música, las palabras de los más grandes poetas en lengua castellana.

 

Como afirma algún crítico certero, Paco Ibáñez, “inalterable en sus principios, sigue siendo un faro para orientarse en estos tiempos de ignominia a escala planetaria”. Siempre declinó Paco los premios que las instituciones le han concedido. “Para mí, el mejor premio es el aplauso del público”, suele decir. Para nosotros, a quienes el tiempo ya nos tiene concedido, como a este legendario cantautor, el galardón de la resistencia, el mejor premio es poder traer a Paco a cantar al Club, al Ateneo ciezano, para celebrar conjuntamente nuestro 50 aniversario, con un concierto entrañable. Es la mejor forma de demostrar que “aún nos queda la palabra” y que todavía seguimos “galopando”. No te lo pierdas.

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