Es una presencia constante, un protagonista puntual de la vida cultural de Cieza. No hay conferencia en la que no sea invitado y aparezca con una sonrisa permanente y un deseo de comunicar. Este filósofo siempre tiene a gala de decir las cosas como son, y como las piensa. Y es que está profundamente convencido de que eso es lo que los ciudadanos demandan de los intelectuales.

Pascual Gómez, Cieza.es.-  "Me gustan los lugares en donde la amistad y las ideas se dan la mano". Recién llegado a Cieza, Francisco Jarauta (Zaragoza, 1941) atribuye una fuerza propia al Club Atalaya Ateneo de la Villa. Como si se tratase de un bien común para Cieza, el catedrático de Filosofía de la Universidad de Murcia mostró cierta fascinación por este local que cumple 50 años de vida, un ateneo que no ha envejecido, pero enfrenta un reto generacional mayúsculo: acercarse a las nuevas generaciones.

La conferencia 'Los desafíos de la cultura contemporánea' estuvo llena de destellos de una de las más brillantes mentes filosóficas de nuestro tiempo. Confesó haberse emocionado al visitar el Museo del Esparto, y escuchar las vivencias de sus particulares cicerones, pero ahora, cuando llegó el momento de la charla, Jarauta era la viva imagen de la felicidad. "Estoy admirado por el museo, yo que he cultivado un amor por la antropología. Conversar con Jero y Pedrín ha sido fantástico".

En su intervención enriqueció a los asistentes al creer en la inevitable condición utópica del ser humano que, a su juicio, "está en la realidad, pero sueña su futuro". La tensión utópica, "esa tensión que toda sociedad y toda cultura tiene frente a su futuro", en palabras suyas, "pertenece a la fantasía o al deseo, a la capacidad de imaginar más allá un espacio, otro con el cual se establecen las correspondientes relaciones".

También volvió a sorprender por la facilidad con que combinaba historia, filosofía, antropología y política hasta detalles increíbles. Así, explicó el cambio cualitativo, desde el punto de vista histórico, que supuso el libro de 'Utopía', de Thomas More, en las formas de acercarse a la cuestión utópica. "Hasta ese momento, cuando se hablaba de utopía, nunca nadie había dicho que hubiera estado allí". Y como buen intelectual, separó enseguida el grano de la paja.

Especificó que "se han escrito miles y miles de páginas sobre esta novedad y aunque nuestra civilización ha cambiado tanto, es un referente obligadísimo". Por otra parte, continuó, "en él comienzan a aparecer ideas que a nosotros nos pueden parecer casi extravagantes, pero que More retoma con sentido clásico, como que en la utopía no hay propiedad privada o que los niños pertenecen a la comunidad". Ideas que también para su época "eran absoluta y rigurosamente nuevas y sorprendentes".

En su análisis histórico recordó que, en el Mundo Antiguo, los discursos utópicos "remitían a Arcadia, a islas afortunadas, a lugares a los que nunca nadie había llegado. Eran como los sueños que se confundían con los deseos". También repasó que a lo largo de la época moderna, con la Revolución Francesa, "aparecerán grandes ideales utópicos de la libertad, de la fraternidad de la igualdad", y posteriormente, "con las dificultades para construir esas nuevas sociedades".

En esa línea, añadió que "ese mundo que buscamos, pese a las dificultades, lo necesitamos con urgencia. Podemos construir pequeñas utopías. Otros mundos debemos construirlos comunitariamente, y no individualmente". Además del llamamiento a los ciudadanos de a pie para subrayar que la cultura es un "elemento fundamental para construir el futuro", Jarauta también urgió a los políticos "para que asuman su responsabilidad" porque, en su opinión, "para construir el futuro necesitamos la política, y ahora tenemos un gran déficit político".

"Le estamos enormemente agradecidos por habernos hecho enriquecer y reflexionar al mismo tiempo", dijo Pepe Marín, miembro del Club Atalaya-Ateneo de la Villa, quien despidió al invitado y alabó del pensador el ejercicio permanente de la reflexión, el análisis y la crítica. Y todo el mundo se fue a su casa con la sensación de que hay que creer que las personas son capaces de construir nuevas sociedades. Eso es confianza en el ser humano.